Esta semana Iruñea será por un par de días la sala de reunión del Consejo de Administración de Frontex. Frontex es la agencia europea de control y vigilancia de fronteras. Es curioso que la mayoría de las personas desconozcan incluso de su existencia, ya que se lleva el mayor pellizco presupuestario de la UE. Pues bien, será en el Baluarte donde planificarán cómo gastar los casi 850 millones de euros que tiene para, como les gusta definirse en Frontex: “defender la seguridad en la frontera europea de la amenaza de la inmigración”. La misma Europa que redactó una carta de derechos humanos en la que se defiende el derecho a migrar e incluso a ser asilado en cualquier país, es la que vincula “inmigración” con “seguridad”, generando todo un negocio en torno al control de fronteras, a través de una gestión profundamente opaca. Valores europeos lo llaman. Y a institucionalizar el racismo y vulnerar derechos dependiendo de tu condición personal lo llamaron políticas migratorias, porque Europa y sus instituciones siempre tuvieron claro de quiénes son esos derechos. De todos esos barros surgió en 2004 un tremendo lodo llamado Frontex, como el brazo armado que justificaría el gasto millonario de militarizar y externalizar las fronteras, acabando con la vida de miles de personas.
Pero las políticas migratorias no gestionan flujos migratorios, no analizan ni mucho menos tratan las causas profundas de las migraciones, ni gestionan o planifican la diversidad de orígenes. Esto es parte de lo que dicen hacer, pero es más bien la cortina de humo de lo que son realmente: políticas de mercado en las que es Europa quien decide quién y cómo entra en este territorio, y en qué condiciones de vida. En realidad FRONTEX no es más que un negocio sobre control, cierre y externalización de fronteras, tan necesario para la construcción de un modelo de desarrollo, el europeo, profundamente injusto.
Las personas que deciden cruzar a este lado en busca de su proyecto vital, se ven obligadas a desobedecer ese orden mundial injusto y cruzar las fronteras “de manera ilegal”, como dicen los representantes públicos y la gente que no tiene corazón… Como si existiese otra forma de hacerlo, como si no fuese ya bastante atroz tener que inventar una manera de burlar la precariedad y la muerte para poder seguir construyendo la propia vida.
La historia de los países europeos se ha basado en la deshumanización de quienes se decide expoliar (o expulsar de su territorio). Una historia basada en la colonización y opresión que llega hasta nuestros días de múltiples maneras: leyes de extranjería que convierten a las personas en no-seres con no-derecho a residir (existir), controles policiales racistas que perpetúan un perfil criminal ligado a la racialización, discriminaciones en el acceso a derechos, perpetuación de estereotipos y prejuicios como parte de la cultura, etc.
Vivimos en un territorio en el que se ha construido todo un relato fantástico en el que ser racista es malo, ciertas expresiones del racismo pueden llegar a ser tipificadas como delito de odio, pero al mismo tiempo hay que sostener el racismo institucional para cumplir la legislación vigente. Ni lo entendemos ni lo queremos entender. Por eso nos seguimos organizando y saliendo a la calle a denunciar la existencia de organismos como Frontex, que hacen negocio a costa de la vida, y peor aún, hacen negocio a costa de la muerte de miles y miles de personas sólo por haber nacido en el lado equivocado de la frontera. Queremos que las instituciones dejen de ampararse en la falta de competencias y dejen de respaldar las múltiples violencias ejercidas sobre quienes no han sido y siguen sin ser reconocidas como ciudadanas de pleno derecho. Hoy y siempre seguiremos denunciando a este sistema racista y colonial, y a su brazo armado Frontex que estos días se reúne en Pamplona para seguir haciendo negocio de la necropolítica.