
La imprescindible transición energética tiene que basarse en el ahorro y la eficiencia, la gestión de la demanda, el autoconsumo, las redes de distribución local, y la generación limpia, de cercanía, renovable y democrática. También es necesario erradicar la pobreza energética, garantizar el acceso a la energía como un derecho humano. No podemos seguir derrochando recursos en obras faraónicas ni plantear la construcción de nuevas megacentrales de generación eléctrica (nuclear, térmica…) para abastecer grandes polos industriales y ciudades cuando la transición energética ya ofrece soluciones viables y sostenibles. Tenemos que apostar por la sobriedad y reducir la escala a un nivel más humano, regional y local. Debemos acabar con la financiación de nuevos proyectos de combustibles fósiles. Dada la gravedad de la emergencia climática y el poco tiempo que nos queda para evitar la catástrofe, hay que centrar todas las nuevas inversiones en energías limpias y renovables y eficaces.
Tenemos la oportunidad histórica para cambiar nuestro modelo energético y de consumo hacia un modelo descarbonizado, distribuido, barato y respetuoso con el medio ambiente en un sentido amplio, es decir, aspiramos a conseguir una Transición Ecológica Justa, en la que es básico contar con los conocimientos de los actores locales.